Construyendo el Altar


¿Alguna vez te has preguntado cuál es el lugar que Dios te debe tomar en tu vida? ¿Cómo debe ser su habitación especial en tu corazón? ¿Qué requisitos debes tener para que Él se quede en ti? La respuesta es la misma que recibieron un numeroso pueblo que salió de Egipto, tras una milagrosa liberación y se encontraban caminando en el desierto hacia la tierra que Jehová, su Dios, le prometió.

De la misma forma, Él está muy interesado en permanecer en ti, en quedarse en tu vida, y que lo lleves contigo donde quiera que vayas, convirtiéndote en un hermoso reflejo de su gloria. Sin embargo, aunque hayas salido de Egipto y hayas dejado atrás un mundo de maldad o un pasado desastroso no significa que Dios está viviendo en ti, que Él te use y que pertenezcas a su iglesia no quiere decir que Él se agrade de ti.

La mayor parte de nuestra generación da evidencia de que sólo reciben visitas del Espíritu Santo, visitas semanales en las reuniones congregacionales, visitas cuando decide consagrase por unos minutos a buscar la presencia de Jesús, pero cuando los demás no nos ven entonces no reflejamos a Cristo. En lo secreto conservamos pecados, debilidades, malas actitudes y rencores que ensucian el templo del Espíritu santo, que es nuestro cuerpo y Dios no habita en templos sucios.

Como el pueblo de Israel, fuimos sacados de Egipto y empezamos a caminar en el desierto para llegar al nivel de madurez que Dios nos prometió, pero Él aún no tiene casa entre nosotros. Es entonces cuando nos habla: “… Quiero que me construyan un santuario para que yo viva en ustedes” (Éxodo 25:8 TLA). El altar debió ser construido con ofrendas voluntarias y específicas, que salieran del corazón de ellos. Es fascinante saber todo comienza con dar, si deseas preparar la habitación de Dios en ti, empieza dando. Dando una adoración sincera, dando lo mejor de ti, entregando tus sueños, tus decisiones, porque es la mejor evidencia de tu amor por Jesús. Nos damos cuenta que estamos enamorados cuando perdemos el interés de recibir, es necesario que esta generación se preocupe más por hacer sentir bien a Dios y hacer su voluntad, que por sus beneficios.

Pero el santuario llamado Tabernáculo, también debió ser exactamente como Dios decía y cada material, cada intervención arquitectónica debía corresponder a un diseño divino. Los mobiliarios y formas eran concebidas por el Espíritu santo, guardando un simbolismo, pero la mano de obra correspondí al cuantioso pueblo de Israel. Nosotros somos constructores que obedecemos a los planos arquitectónicos y a las dimensiones de Dios, para eso se deben conocer los gustos del Señor, escuchar su voz y su absoluta voluntad.

El Señor les mostró a ellos cuales eran los materiales exactos para la construcción: el oro como ejemplo principal de dominio al Reino divino, la importancia de estar sujetos a la autoridad de Dios, la plata como representación de redención y del sacrificio que fue pagado para que hoy estemos sujetos y podamos tener acceso a ese reino eterno, pero también el bronce que nos recuerda la corrección a los que no están alineados al reino. Pero el hermoso santuario debe ser pintado de azul, que nos lleva ver a Cristo como hijo del Dios, el purpura que lo hace Rey de nuestras vidas, el carmesí que lo representa como salvador a través de su muerte, y el blanco que nos reitera su asombrosa santidad.

La madera de acacia era el material con el que se construyó la mayor parte del tabernáculo, era la representación gráfica de un Dios que siento hombre nunca contaminó su carne, para que sepamos que el sitio donde Jesús debe morar debe estar cimentado en la integridad. Pero también, rocas firmes como la palabra, perfumes agradables como la alabanza y piedras preciosas como la iglesia.

Ya que tenemos los materiales empecemos a construir y a amueblar, pero hay que saber cuáles espacios necesitamos para que Dios se sienta a gusto. El primero es el atrio, un enorme patio con cuatro grandes puertas, que representan los cuatro evangelios del nuevo testamento, comunicando la amplitud del evangelio de Cristo, el cual es para todos y todos pueden entrar al patio. Este enorme atrio tenía un altar de bronce donde se hacían sacrificios y una fuente donde eran lavadas las manos de los que hacían el holocausto, exactamente como Dios lava nuestras vidas a través de su sangre.

El siguiente espacio es más íntimo, es como una sala más discreta llamada lugar santo. A él se entra a través de cinco puertas estrechas que representan los cinco ministerios, los que logran entrar son los que sirven, los que se dedican su vida a servir son grandes en el reino. En ese lugar encontramos una espacie de comedor, con doce panes, que figuran la nutrición espiritual a través de la palabra, pero todo el sitio era alumbrado por el candelero de oro, que significa el Espíritu Santo que nos ilumina para poder comer los panes.

Pero antes de entrar a la habitación más íntima, donde Dios descansa hay un velo, y frente a este un altar de incienso, que nos recuerda que la única forma de llegar más profundo es con nuestra adoración. Y es junto ahí, detrás del velo donde nuestro Señor reposa, donde lo vemos personalmente, cara a cara, en el lugar santísimo donde está el arca del pacto que es como su cama, su lugar de descanso. El secreto de hacer descansar a Dios en nosotros es nuestro compromiso y pacto con Él: pacto de santidad, compromiso de adoración y de conocerlo a través de su palabra. Empieza a construir el altar para que Dios habite en ti, comienza a dar, no te conformes con una visita.

Por: Moisés Mota Hernández

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