Grito de Fe


Él estaba casi acostumbrado a vivir una rutina diariamente, se sentaba todos los días donde la gente lo viera y le rogaba a los demás que le dieran algo para poder comer, ya que una insoportable discapacidad le impedía trabajar para conseguir su propio sustento. Aunque carecía de visión física, nuestro sonriente amigo era un gran soñador, se imaginaba cada cosa que sucedía a su alrededor, desarrollando significativamente su sentido auditivo. Podía escuchar y permanecer tranquilo junto a la calle principal de aquel polvoriento sector, pero a pesar de su condición, de su rutina, de su ceguera y de su dependencia de los demás, nunca se conformó con la indigencia.

Un día mientras permanecía junto al camino empezó a escuchar algo poco común, comenzó a oír ruidos de personas que se acercaba a él. Cada segundo que pasaba la multitud se volvía más grande, por lo que el sonido era mayor, hasta que, rebosado de curiosidad decidió preguntar: ¿Qué sucede? ¿De dónde viene toda esa gente? La respuesta fue la más emocionante e insólita: “Es que Jesús está pasando por aquí”. Al escuchar ese nombre, su mente se llenó de recuerdos que hacían eco en su interior. Empezó a hacer memoria de los testimonios de personas que habían sido sanadas por Jesús, a recordar conversaciones de personas que vieron milagros y que los contaban con entusiasmo casi su lado, ignorando que el pobre ciego los escuchaba con atención. Reviviendo cada uno de esos momentos y acordándose de las promesas escritas en los rollos sagrados que aseguraban que llegaría un salvador divino, en las que él creía con toda seguridad, era como si cada cosa llegara a su mente para darse cuenta de que se trataba de un nombre sobrenatural.

La cantidad de personas era masiva, algunos seguían a Jesús por lo que Él decía, otros deseaban milagros, otros tal vez saciar su hambre (porque en algunos mensajes kilométricos, Él le daba de comer), quizás otros solo para saber que pasaba o para conocerle. Es casi normal encontrarse con una suma enorme de personas que siguen a Jesús por lo que necesitan de Él, muchas veces no saben quién es Él, mencionan su nombre a diario, pero solo caminan con Él por la necesidad o por la situación difícil. Pero nuestro personaje conocía un poco más que ellos, no tenía vista física pero su alma veía claramente quien era aquel asombroso sanador. Resulta contradictorio saber, cómo tanta gente que ve con sus ojos naturales, caminan por la vida con un espíritu no vidente.

Al recordar quien era Jesús, el ciego Bartimeo comenzó a gritar fuerte, quizás no tenía su vista, pero aún le quedaba la voz, el grito de un corazón que arde de tanta fe. Gritar es la expresión del desesperado, de los que claman por compasión, mientras otros se echaron a morir; gritar es saber que el milagro se acerca pero que será manifestado si clamamos por él, gritar es la evidencia del que sufre, pero que jamás se quedará callado, porque entiende que no nació para depender de otros.

Bartimeo gritó con el alma: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mi”. Y Jesús al oír eso, se detuvo entre la multitud, y comenzó a mirar, para identificar quién lo llamaba, y no solo quién lo llamaba sino quién lo conocía, quién se sabía su nombre divino, quién lo estaba reconociendo como Mesías y Salvador, es como si entre tantas personas desconocidas, alguien realmente sabía su verdadera identidad, y resulto ser un ciego que su fe lo llevó a ver quien realmente era ese Jesús del que tanto hablaban.

Mientras Bartimeo gritaba muchos le decían “Cállate”, como regularmente algunos tratan de disminuir la fe de los que gritan, tal vez porque les molestan los gritos, pero desconocen que lo que es ruido para ellos es lo que llama la atención de Jesús. Finalmente, el gran salvador mando a llamar al insistente ciego, quien, motivado por otros, soltó su capa y se acercó, dejó atrás la rutina, la indigencia y llegó ante Jesús, que le preguntó ¿Qué quieres que haga por ti?... Es que tu fe moverá a Dios de tal forma que Él mismo estará dispuesto a hacer cualquier cosa por ti, hará lo que le pidas, porque le asombra tu manera de confiar en Él, así que nunca es tarde para los que están dispuestos a gritar. ¡No te conformes, grita!

Por: Moisés Mota Hernández

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