Marcado por gracia
¡Nunca te voy a negar! Le dije al maestro, mientras Él me respondía afirmando que iba a suceder lo contrario. Él sabe el futuro y conoce todos los tiempos, pero estaba tan empeñado, que contradije su respuesta. Es uno de esos momentos donde te crees tan fiel y estas tan emocionado que dices cosas sin pensar, pero en mi corazón estaba decidido a nunca dejarlo, sabía que lo podía hacer, confiaba en mí.
Y como siempre, sucedió lo que el dueño del tiempo afirmó, lo negué. Cuando llevaron a Jesús preso para matarle, estaba con Él y lo seguí hasta el patio del sumo sacerdote, y gracias a Juan, pude entrar y verlo de lejos. Al entrar una de las sirvientes de la casa me preguntó que si le conocía y le dije que jamás lo había visto, en ese momento me avergonzaba ser un discípulo del maestro, luego otras dos personas me hicieron la misma pregunta y negué a Jesús casi delante de Él mismo, uno de ellos me dijo que hablaba como Él, y que eso me delataba, entonces empecé a echar maldiciones y malas palabras para que no dijera eso, no le respondí de la mejor manera, ni en el tono adecuado. De repente, un gallo cantó y vinieron a mi mente las palabras de Jesús, que me había dicho que le negaría tres veces antes del acostumbrado cantar del gallo. Pero lo que más me duele y me parte el alma fue Él me miró de lejos, nuestros ojos se chocaron y eso me marcó por el resto de mi vida. Me imagino la gran decepción, me imagino lo triste que se sintió al escucharme decir todo eso, pero hasta donde lo conozco Él no sabe culpar, solo sabe mirar con amor y eso me consuela un poco.
Por eso vine hasta aquí, a pescar de nuevo, no merezco ser discípulo, “no doy pa’ eso”, sé que el maestro nunca me va a aceptar otra vez, y si lo veo se me caería la cara de la vergüenza. Acabamos de ver un atardecer hermoso, algunos de los discípulos y yo, después de durar toda la noche sinpescar nada. Estamos un poco cansados, pero permanezco tranquilo con ese dolor por dentro, muchos de ellos lo han notado en mí, pero no estoy por hablar del tema, y dentro de un momento nos iremos a casa, porque hoy parece que vinimos en vano.
El sol está tibio y la brisa fresca, hay un hermoso silencio, pero empiezo a oír la voz de un hombre diciéndonos que echemos la red al otro lado. Apenas lo puedo escuchar, parece que está en la orilla, debe ser uno de esos pescadores que vienen temprano o algún visitante, de todas formas, lo intentaremos porque no perdemos nada, ¡Echemos la red!
No puedo creer lo que acaba de pasar, la red se llenó de peces, eso solo lo puede hacer alguien. Cuando lo conocí, mientras pescaba en aquel lago, el hizo exactamente lo mismo. ¡No puede ser! Es Jesús, me siento avergonzado, pero debo ir a pedirle perdón, tal vez no lo vuelva a ver más, así me dedico a pescador y por lo menos no tengo tanta culpa en mí. Él dijo un día que me llamaría Pedro, que significa piedra, y que sobre esa roca va a edificar su iglesia, pero no entiendo cómo se cumplirá esa promesa en un traicionero como yo.
Me puse ropa para tirarme al agua y nadar hasta llegar a donde Él está, mientras dejo a los chicos aquí recogiendo los peces, sé que nadie se pone ropa para tirarse al agua, pero Jesús no puede verme con el aspecto de un pescador.
Mientras nado voy pensando en que cosas le voy a decir para que me perdone, en cada brazada puedo llevar una tristeza inmensa, porque en realidad no quería fallarle, aún deseoestar cerca de Él y cumplir sus sueños, pero no lo merezco…
¿Quién eres tú para no perdonarte, si Dios ya lo hizo? Él está preparando comida para desayunar contigo. Hoy más que nunca chocarás frente a frente con su gracia, y mientras te afanas por darle una explicación a Dios o recordarle algo de tu pasado que Él ya te perdono, sentirás su favor diciéndote que lo importante es que estas de vuelta. Aunque sientas que no calificas para tener ministerio, ni para ser usado por Dios,porque cargas con pecados que se interponen en tu comunión, Dios te dice: ¡Ten paz! Solo desayuna conmigo, sé que me amas, apacentarás mis ovejas, pero, sobre todo, jamás volverás a confiar en ti, sino en mí.
Por: Moisés Mora Hernández
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