Llenos de un poder inusual
No puedo
dejar de recordar como ellos me miraron y lo que sus rostros reflejaban, nunca había
visto personas tan decididas, tan relucientes, tan honestas; eso que predicaban les daba algún tipo de poder y autoridad sobrenatural, sin duda haberme encontrado con esos hombres marcó mi vida para siempre.
Todo comenzó
un hermoso día donde yo permanecía casi inerte sentado cerca de la puerta del templo, y como era de costumbre, que todos vinieran a orar a las tres de la tarde, tal vez era el momento perfecto para pedirles alguna moneda o algo de comer, ya que no podía trabajar por mi discapacidad. Recuerdo que me llevaban todos los días allí, sin duda estaba empezando a amar ese lugar.
La mayoría de las personas que entraban al templo, eran amables y sonreían al saludar, caminaban tranquilas como si no tuviesen nada de qué
preocuparse, con una ferviente alegría que de alguna forma se le reflejaba en
sus rostros; ellos hablaban de un hombre llamado Jesús, que sanaba y hacía milagros, que cambiaba la
vida de las personas con solo compartir con ellas, pero nunca he podido verlo personalmente, quizás todo fuese distinto si lo conociera. Dicen
que se fue al cielo y que dejo a estas personas para que hablaran de Él, sé que
hay algo especial en ellos, estos cristianos no parecen ser tan comunes.
Aunque estoy
acostumbrado a ser ignorado por la gente, insultado por algunos, menospreciado
por otros y en algunas ocasiones hasta maltratado, pero siento que ellos me
miran con agrado. Soy paralitico de nacimiento, desde el vientre de mi madre
nunca pude movilizar mis rodillas, ni jugar futbol en el patio, veía a los
demás niños correr detrás de sus mascotas y yo mantenía mi cuerpo atado a una
silla de ruedas. Esclavo a esa eterna frustración, crecí y mis padres se
hicieron ancianos, ya no tenían fuerzas para trabajar y asumir mis gastos
médicos y físicos, ya no podían comprarme una buena camiseta para vestirme o
darme una saludable alimentación. Entonces empecé a solicitar ayuda económica,
y auxiliado por algunos amigos que me trasladaban, me recostaba de las paredes
donde pasaban las personas, me sentaba en los lugares públicos a pedir algo
para poder comer.
Pero ese día
me senté al lado de la puerta del templo, ahí podía escuchar un poco la pequeña
prédica después de la oración, pero también ver a la gente que entraban y
rogarles. Fue entonces cuando vi venir a dos hombres muy simpáticos e
inteligentes, se acercaban mientras hablaban de algo que al parecer era muy interesante
para ellos, los veía sonreír y disfrutar la conversación. Veía como si había
algo hermoso dentro de ellos que les daba paz, era algo inusual, algo
sobrenatural, estoy seguro que ellos debían ser muy amigos de ese Jesús.
De pronto se me
acercaron y me miraron fijamente, como si estuviesen escarbando algo dentro de mi
alma, cuando me observaron sentía su comprensión, su amor y su confianza. En
ese momento comenzaron a brillar mis ojos y mi corazón dio un salto, estaba
convencido de que ellos me podían dar mucho dinero, eran buenos.
Entonces les
pedí, con una alegría que se empezaba a encenderse en mi golpeada alma a causa
de una esperanza no común. Ellos, al escucharme, se acercaron mí me dijeron que
los mirara, yo inmediatamente lo hice, les preste toda mi atención. “No tenemos dinero, ni oro ni plata” me
dijo uno de ellos, lo decía con una firmeza, como si hubiesen llegado
estratégicamente donde mi para algo especial.
Con voz más
insistente continúo diciéndome que de lo que Él tenía me daba y que en el
nombre de Jesús caminara, mientras me tomaba fuertemente por el brazo. De
repente algo extraño empecé a sentir, mis rodillas se hacían fuertes, un
impulso sobrenatural me tomó. ¡Estaba caminando! Era increíble, entré con ellos
al templo saltando y adorando a ese Jesús, con una alegría inagotable.
Este es mi
testimonio, estoy dispuesto a reflejar a Cristo y hablarles a otros de Él.
Quizás dentro de algunos años sean pocas las personas que les prediquen a los
mendigos y a los perdidos, solo se van a interesar por los afanes de este mundo
o se van a entretener con las redes sociales, algunos quizás no sientan ningún
amor por las almas y no salgan a predicar. Puede suceder que un día sean pocas
las personas llenas del Espíritu Santo, capaces de reflejar a Cristo y cargando
milagros en sus manos, que les sonrían a los desesperados, que abracen y miren
a los que tienen una necesidad que se ve por encima de sus ojos. Algún día eso
pueda suceder, mientras tanto nunca dejaré de hablar de ese Jesús.
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