Cargando una evidencia


Es tan fácil hablar y presumir de quiénes somos o qué hemos alcanzado, pero se torna un poco más complicado demostrarlo. Hay muchos que solo se quedan en palabras y sus hechos no alcanzan, pero otros, muy pocos, son capaces de manifestar cada cosa que pronuncian sus labios. Lo manifiestan al caminar, al actuar y hasta en estado de inercia, porque sencillamente están sujetos a una fuerza que nos identifica.

Conozco un hombre que no habla por hablar, sus palabras son tan fuertes que estremecen el espíritu, y están acompañadas de poder y convicción. La gente no lo conoce por lo que dice, lo conoce por lo que ha hecho, por lo que provoca y por quien él es, al parecer todo el mundo sabe que no es de los que dicen algo, sino de los que tienen algo que decir. Pero más allá de eso, hay una autoridad inhumana que respalda sus palabras, como si el cielo se abriera ante su declaración, es un hombre que carga con una evidencia sobrenatural que confirma lo que dice su boca.
Lo vi pararse delante de una numerosa audiencia y decir con voz fuerte y confrontadora: “¿Hasta cuándo seguirán indecisos, titubeando entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, ¡síganlo! Pero si Baal es el verdadero Dios, ¡entonces síganlo a él!” (1 Reyes 18:21 NTV) Al hacer esta pregunta todos permanecimos en silencio, nadie se atrevía a refutarle tal vez porque era casi un delito seguir a ese tal Dios que él tanto defendía. Baal era nuestro dios que nos daba la lluvia que favorecía los graneros y hacía salir el sol, aunque en esos últimos años ese Dios de quien él habla parecía tener controlado el clima.
Luego de la controversial interrogante y de nuestro silencio aterrador, el profeta del Dios extraño convocó a los 450 elegidos de Baal y los retó públicamente a un duelo para que todos supieran quién era el Dios real. El desafío consistía en preparar un altar para invocar a ambos dioses, el Dios que respondiera con fuego, ese era el Dios real, todos quedamos de acuerdo con la brillante propuesta. El profeta Elías parecía muy seguro de lo que estaba haciendo, como si su Dios le había dicho lo que pasaría o que tenía la victoria asegurada, lo cierto es que este hombre no solo habla, sino que lo que él dice se cumple, no solo son palabras, hay un extraño misterio que manifiesta lo que comunica.
Se puso en marcha la batalla de dioses, la gente estaba en la expectativa y anhelaba ver fuego, cada vez iban llegando cientos de curiosos al famoso espectáculo gratuito. El primer round le correspondía a los del equipo del Baal, el más poderoso dios del trueno, conocido por hacer florecer y creer los frutos, pero de manera extraña había perdió un poco su poder en aquella situación climatológica, ya que el pueblo estaba en plena sequía.

Los numerosos profetas de Baal comenzaron a gritar y convocar a su dios, montaron todo un baile ritual, pero esto no les daba resultado, al cabo de unas horas comenzaron a cortarse la piel y a derramar su propia sangre, pero esto no servía de nada, no se escuchaba ningún sonido, el dios del trueno no pudo sobresalir en su especialidad. Mientras que Elías disfrutaba cada intento fallido burlándose de ellos y recomendándoles que gritaran con más fuerzas porque tal vez Baal estaba dormido o en algún tipo de negocio importante y no los escuchaba. Cada maniobra de aquellos 450 hombres era un momento de carcajadas para el profeta, así sucedió hasta que cayó la tarde.
Sin embargo, llegó el turno de Elías, mando a llamar a todos y preparó el altar que estaba arruinado. De forma relajada y segura, después de haberse reído tanto; ordeno a que colocaran doce piedras, hizo una zanja alrededor y la mando a llenar de agua tres veces, puso la ofrenda y que comience la función. Entonces abrió su boca y empezó a clamar “¡Oh Señor, respóndeme! Respóndeme para que este pueblo sepa que tú, oh Señor, eres Dios y que tú los has hecho volver a ti.” (1 Reyes 18:37 NTV) Al instante descendió fuego, quemó todo el altar y secó el agua, entonces dijimos sorprendidos ¡Ese es el verdadero Dios!
Este hombre nos lo demostró, nos hizo saber que el reino del mal le teme a la gente que carga con evidencias, con milagros, con testimonios; el mundo no se queda igual cuando es confrontado con gente que tiene credenciales del cielo. ¡Ya basta de hablar sin pruebas! Jamás me comuniques lo que no vives, nunca me cantes lo que no has sentido, no me prediques si no tienes el fuego del Espíritu Santo que me convenza. Estaba cansado de testimonios huecos, pero alguien me demostró que existe un Dios real; estaba harto de palabras vacías, pero me encontré con un Elías.

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