Adorador del Desierto



Hola, mi nombre es David, tengo 18 años de edad. Soy el menor de ocho hermanos en una hermosa familia, aunque no soy el más importante e influyente entre ellos. Me encanta la música, disfruto mucho escribir canciones y poemas. Siempre he creído que mi mejor compañía es mi arpa, mi desgastado y sencillo instrumento que me ha acompañado en la mayor parte de la infancia.

Tal vez no tuve la oportunidad de estudiar en una gran escuela o ingresar en el conservatorio de la cuidad, pero he tomado algunas lecciones que me ha servido de mucho y con la práctica he perfeccionado este exquisito talento. Amo tocar una pieza musical en la soledad del día, mientras cuido las ovejas de mi padre. Pastorearlas y guiarlas ha sido mi oficio, y sé que en lugares de reposo resulta muy dulce manipular algunos tonos.

En un ambiente que a veces es desértico y árido, he aprendido a cantar escuchando el fabuloso sonido de estas tensadas cuerdas que pellizcan mis dedos. Aunque paso la mayor parte del tiempo solo y tranquilo, pero a veces pienso que estos delicados animalitos me escuchan y disfrutan la música.

Mi mayor pasión es alabar al Dios viviente, soy de esos adoradores que se han criado en el secreto, donde no hay aplausos, no hay luces, ni humo en las presentaciones musicales. De aquellos salmistas que saben cantar en medio de la prueba y la escasez, porque su alabanza no está condicionada a las circunstancias, ni al lugar donde se puedan encontrar. En zonas arenosas y vacías nadie te escucha, nadie te ve, y lo considero una de las mejores oportunidades para conocer a Dios. Si ensayaste mucho en la intimidad, lo más probable es que no desafines en público.

Ayer sucedió algo especial, los mensajeros del Rey Saúl le pidieron a mi padre que me llevara al palacio a tocar, al parecer era debido a una situación que estaba ocurriendo con el gobernante. El Rey estaba siendo atormentado por un espíritu malo y ellos afirmaban que si escuchaba buena música se podía calmar. Así que pensaron en un músico de esos que tocan bien y le hablaron de mí. No sabía que era tan conocido como para ser mencionado ante el prestigioso monarca, pero accedí de inmediato a la invitación. Le habían dicho que ejecuto muy bien el instrumento, que soy un buen joven, prudente cuando hablo, sabio en mis decisiones, pero, sobre todo, tengo la aprobación del Señor.

¡Wow! Que carta de presentación, no sabía que las personas estaban tan pendientes de mí; al fin entiendo que Dios es el que te promueve, en el mejor de los momentos. Saúl y yo nos conocimos y compartimos juntos. Al principio no noté ninguna irregularidad en él, al contrario, me trató con mucha amabilidad, pero al cabo de unas horas se comenzó a descontrolar, entonces empecé a tocar. ¡Sin duda era el espíritu maligno! pero esta vez no pudo intranquilizarlo por mucho tiempo, ya que la música que sonaba surtía efecto.

No sé si el espíritu tenía conocimientos de temas musicales, lo cierto es que yo tocaba con convicción, yo estaba adorando a mi Dios en ese instante. Empiezo a creer fielmente que debe ser algo más que melodías, más que una canción, era algo que salía de mi interior. Tal vez sino fuese prudente e íntegro, el Reino del mal no hubiese retrocedido; estoy seguro de que si el Señor no acompañara mis acordes no tuvieran este poder.
En el desierto nadie te felicita cuando lo haces bien, solo la presencia de Dios es la confirmación de eso. En las arenas de la vida solo te encuentras tú y Dios, no puedes mentir, no puedes fingir. Ahí se va todo orgullo, en el silencio, en el secreto; donde no eres famoso, ni reconocido, donde no te admiran, donde tu imagen no tiene nada que importar. El que aprendió a tocar en la intimidad, lo más probable es que los demonios se vayan cuando lo haga en público. No son las cuerdas del arpa, hay algo que sale de tu corazón y si no eres honesto, eso impartirás. Valió la pena aprender a tocar, pero sobre todo cuidar mi vida espiritual. Este es parte de mi testimonio.

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