Se busca un profeta
La mano del
Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle
que estaba lleno de huesos. (Ezequiel 37:1 NVI). Luego me hizo pasearme
entre ellos y me di cuenta que eran muchísimos, nunca había visto tantos
huesos; pero noté algo diferente en ellos, es que estaban completamente secos,
al parecer tenían una gran cantidad de tiempo allí. Mientras observaba todo, me
imaginaba que había ocurrido algún tipo de guerra o matanza de un pueblo
numeroso, donde sus cadáveres habían sido dejados en ese valle, y como es
natural y biológico, se habían descompuesto y desgatado a tal punto que solo
quedaban los esqueletos. Caminé entre polvo y cráneos humanos como si te
tratara de una película de terror, pero hay que agregar un detalle más, estaban
dispersos, no se distinguía la forma humana, solo eran escombros. Ya esto me
estaba dando un poco de pánico, era tan real, tan cierto y a la vez
sobrenatural, un escenario donde la muerte ganó la batalla, donde el silencio
se convierte en la banda sonora de un filme inanimado.
De repente escuchó la voz de Dios que me pregunta: ¿Pueden estos huesos convertirse en personas
vivas? y yo, no sé qué responder, sé que Él lo puede hacer, pero no sé si
quiera hacerlo, no estoy enterado de nada de esto, no sé si se trata de un plan
divino. Así le respondí: Señor Soberano,
Solo tú lo sabes, entonces Él me dijo que profetice sobre ellos y que les
diga que recibirán vida, que volverán a convertirse en personas, con músculos y
tendones. Soy un profeta, no digo lo que siento, tengo un contrato con lo
eterno para decir lo que el mismo Dios quiere que diga, mis oídos están en los
cielos y mi boca está en la tierra. Entonces así lo hice, profeticé, alcé mi
voz y le dije a los huesos que Dios les daría vida. No terminaba de hablar
cuando sentí el traqueteo, se estaban juntando cada hueso con su hueso, como si
fuera obedeciendo a un orden. Se formaron los esqueletos, empezó a brotar en
ellos tendones, músculos, y luego la piel, pero aún no tenían espíritu. Luego
volví a profetizar, como Dios me ordenó y entró aliento de vida en ellos,
entonces vivieron y se pusieron de pie, eran ciertamente un ejército enorme.
Después el Señor me explicó todo, esos huesos somos
nosotros, el pueblo de Israel, elegido por Él, que estábamos siendo cautivos.
Babilonia había conquistado nuestra ciudad, quemó el templo, el lugar de la
presencia del Señor, y nos ha llevado presos hasta aquí, un lugar que no
conocemos. Todos los israelitas están sin esperanza, dicen que constantemente
que están destruidos y que nada podían hacer. Sin embargo, esta crisis fue como
consecuencia de nuestra desobediencia a Dios y por habernos alejado de su
palabra. Estamos esparcidos y separados en una ciudad donde nos maltratan,
donde no nos quieren. La separación es una estrategia de los pueblos enemigos
para debitarnos y para oprimirnos.
Pero en un círculo de quejas, críticas y desánimo fui
movido por el Espíritu para ver la restauración que Dios tiene planeada. No me
preocupan sus comentarios, ni su desesperación, no presto atención ni soy
influenciado por lo que la gente diga, soy profeta, aprendí a ser sordo ante
ellos, pero sé muy bien escuchar ante Dios. El Señor me llevo a este valle para
darme cuenta que por su palabra todo recibirá vida otra vez, y que su Espíritu
nos pondrá de pie.
Se buscan personas que aprendan a oír la voz de Dios,
que entiendan que no hay nada en ellos que pueda producir resultados, solo la
voz que sale del Espíritu Santo. No te quejes por el valle, ni por los huesos
secos, preocúpate por ser una habitación donde viva Dios, y el mismo te va a
usar para soplar vida por medio de su palabra. El mundo necesita la palabra de
Dios para volver a vivir, es su voz que trae la formación de las cosas muertas
y amorfas, su aliento hace que todo vuelva a moverse. Muchos quieren ir al
valle sin ser profetas, otros quieren profetizar sin tener el Espíritu dentro,
sin saber que es Él quien te lleva al valle. Debe haber un montón de huesos por
ahí, pero se busca un profeta.
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