El agridulce sabor del proceso


Solo el paladar de los que han saboreado la crisis puede relatar con exactitud esa inolvidable sensación, sus oídos nos pueden dar una explicación del silencio del desierto, sin lugar a dudas, no hay mejor descripción del proceso que aquella que suministra el brillo de sus ojos. He oído hablar de alguien que puede darnos catedra del inmenso dolor que conlleva atravesar zonas áridas, donde la crisis parece no terminar y el corazón parece no aguantar, donde sufrimos callados porque nadie nos entiende, y donde se extiende cada minuto el agudo quebranto del alma.

Aquella humilde persona había transitado una de las peores pruebas de su vida, era un espléndido anciano con una sabiduría exquisita, padre de un hermoso e inteligente jovencito que había procreado a una edad muy avanzada. Sin embargo, su inesperada crisis inicia una noche silenciosa mientras oraba antes de irse a dormir, cuando todos descansaban, su esposa de edad avanzada y su alegre muchacho habían sido vencidos por el sueño. En aquel humilde hogar del pequeño vecindario, Dios le habló y le dijo: Abraham, quiero que me ofrezcas como sacrificio a Isaac, tu único hijo, a quien tanto amas. (Génesis 22: 2 TLA) 

Es aquel increíble momento donde preguntaríamos ¿Señor, estas seguro de lo que dices? ¿No deberías confirmármelo para estar más convencido de eso? No es que dude de ti, pero recuerda que tú me diste a mi hijo como un milagro cuando mi esposa era estéril, me resulta ilógico que me lo quites ahora. Nuestro amigo Abraham es un padre muy apegado a su niño, tal vez esa fue la peor madrugada de su vida. Dando vueltas entra sábanas no puede conciliar el sueño.

En aquel momento, cuando el sol está por salir, aunque para el alma del triste anciano el día es nublado, se levanta muy temprano a cortar leña, no quiere que este proceso dure tanto. Lo hace discretamente sin comunicar nada a su esposa, quizás ella se oponga a la palabra del supremo Dios, la entiende muy bien, es madre.

Mientras sus manos arrugadas cortan los ligeros trozos de madera, una lagrima brota de sus ojos, entiéndanlo, ¡no es fácil! De repente se detiene y su mirada se pierde entre el horizonte, piensa que le hubiese gustado ver a su hermoso joven graduarse de doctor como tanto él comentaba, o tal vez ser un gran evangelista que predique a multitudes, eso le hace sentir un punzante dolor en el corazón, sabe que no vivirá esos momentos.

Finalmente, Abraham preparó todo, tomó a su hijo y fue al monte donde Dios le había comunicado, así comienza una silenciosa caminata que ha de durar tres días. Isaac sabe que a su “papi” le pasa algo, así que empieza a contarle historias divertidas de los personajes de su serie favorita que él ve regularmente en la tv, y logra ver una escasa sonrisa en su rostro, pero sus ojos permanecen aguados.

- No te preocupes papá que cuando sea más adulto te voy a hacer muy feliz, susurró en jovencito
- Lo sé mi pequeño, respondió el padre intentando contener las lágrimas.

Él sabe lo dulce que es obedecer a su Señor que está en los cielos, pero lo agrio que se vuelve renunciar a lo que ama por darlo todo. La jornada continua y aquel desesperado anciano tiene la esperanza de recibir una contraorden de Dios. Como aquellos que ven a un ser querido morir de cáncer y el cielo permanece en silencio, o cuando eres responsable a tu familia y sabes que en pocos días van a embargar todos tus bienes, debido a una situación económica y sientes que el Dios omnipotente parece estar lejos de ti, puede que entiendas un poco.

Estando cerca al lugar, el chico inteligente, que ya conoce la logística de los holocaustos, le dice a su padre que hace falta el cordero, que aún no tienen la ofrenda para sacrificar, su amado padre responde que el Señor va a proveerlo. Al arribar el sitio aquel destrozado hombre tiene que decirle a su hijo que él es la ofrenda, que ha de ser asesinada y quemada; la verdad es que ni siquiera sé cómo describir el momento, pero imagino y una sollozante despedida.

Vean el inusual recuadro, un joven atado encima de un altar de piedra, un padre con un cuchillo en mano dispuesto a hacer lo que el Señor le dijo y un silencio aterrador; todo en cámara lenta y en un ambiente escalofriante, solo pienso ¿Qué tiene este hombre que le cree tanto a Dios? Sabe adorar en medio de la crisis. Al momento de ejecutar al muchacho, se oye una voz que estremece los cielos y dice ¡Abrahaaaaaam! ¡Abrahaaaaaam! ¡No le hagas ningún daño a tu hijo! Yo he visto que eres fiel y te daré una descendencia grande, en ti serán benditas todas las naciones de la tierra.

No cabe duda que la crisis es el escenario para demostrar si amas al Señor de verdad, renunciar a todo para honrarlo y adorarlo es algo digno de admirar. No lo hacen cualquier tipo de personas, lo hacen los amigos de Dios, los apasionados, los que están profundamente enamorados. Ellos encuentran dulzura en lo agrio, paz en el dolor, esperanza en la dificultad. ¡Detente! Mira el muchacho, mira el cuchillo, hay que tener garganta para saborear este trago.


Escrito por Moisés Mota Hernández

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