El amor de Dios: de la teoría a la práctica
En esta epístola escrita por Juan, vemos cómo habla del amor ágape, aquél que es de Dios para nosotros y viceversa y del amor fileo, aquel que es fraternal y debemos tener los unos por los otros. Podemos ver como Dios se revela ante nosotros y nos demuestra su amor a través de Jesús, quien vino como hombre a morir por nosotros en una cruz haciéndonos aceptos delante del Padre y por ende, portadores de una licencia que nos da acceso a la vida eterna.
Una de las formas de nosotros como cristianos dar a demostrar que somos diferentes, que portamos el Espíritu Santo y que la sangre de Cristo nos ha lavado y redimido, es a través de nuestra relación con nuestro prójimo, ese amor que recibimos de Dios se pone en manifiesto cuando, entre nosotros obedecemos el mandamiento del Señor y nos amamos los unos a los otros, y eso no se limita sólo a aquellos que son seguidores de Jesús, no, en ese amor no hay acepción de personas, pues nuestro debes es llevar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo y predicarlos no solo a un grupo en específico, sino más bien, a todos.
Juan nos enseña, cómo Jesús, siendo hombre, dio su vida por amor en una cruz, y que de esa misma forma nosotros debemos poner nuestra vida por nuestros hermanos, pero también por aquellos que no lo son, por aquellos que nos persiguen, nos acusan y quieren hacernos salir de la comunión con nuestro Padre, hasta por esas personas que toman por menos el amor de Cristo y su obra Tan efectiva en la tierra. También no enseña que si vemos a un hermano pasar por una necesidad y tenemos los recursos terrenales para ayudarle, inmediatamente eso pasa a ser nuestro deber, nos insta a que no cerremos nuestros corazones, ni tapemos nuestros oídos al llanto y el clamor de nuestros semejantes, ni nos hagamos los ciegos ante la dura realidad por la que los demás están pasando. Porque, de ser así nuestro comportamiento, ¿Qué nos asegura que tenemos el amor de Dios?
Recientemente pase por una situación en la que una persona necesitada se acercaba directamente a mi en la calle, y aunque en mi corazón sentía compasión hacia esa persona, me limite a ignorarla, pase a ser de los que miran, sienten pena y se van, mirando desde lente externo los problemas de alguien necesitado, y sin hacer absolutamente nada, irme sin decir un “Dios te bendiga” a esa persona, y esto me lleva a preguntarme, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué somos tan mezquinos y negamos el amor que recibimos de Dios a los demás? Nos hacemos ajenos al dolor y sufrimiento de este mundo cuando en nosotros está la respuesta.
En la iglesia primitiva, los que tenían mejor condición económica vendían sus bienes para suplir las necesidades de los demás y nosotros ni de lo que nos sobra o a no usamos queremos dar a los que les hace falta... si verdaderamente hemos conocido el amor de aquél que dio su vida por nosotros, amemos a nuestros hermanos de corazón y mostrémoslo con nuestros hechos.
Por: Crismeli De Jesús
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