La ciudad de la inclusión

Los tiempos han cambiado y nuestras mentes se han vuelto más abiertas, aprendimos a aceptar a la gente como es y a no discriminar a nadie. La forma más práctica de encajar en este mundo globalizado y postmoderno es viendo a los demás con buenos ojos sin importar sus comportamientos. Las personas tienen derecho a expresarse libremente, a exponer sus ideas y a ser quienes realmente quieren ser. Anteriormente éramos muy cerrados y radicales algunos temas de corte moral o incluso a lo que tiene que ver con sexualidad, sin embargo, hemos sido moldeados por el sistema y lo que nos importa es que los individuos se amen y lo demuestren sin tabúes.

Que anticuado es juzgar a otros por sus problemas de personalidad, señalar a quienes no se sienten seguros de su sexualidad; que ridículo es rebatir aquello que busca la compresión de todos. La gente debe ser incluida y no rechazada. 

Por lo menos aquí, en esta ciudad, nuestra cultura es expresiva, pero también es de mentalidad universal. Estamos cargados de tecnología y entendemos que los medios son para todos, desde aquel aburrido locutor que te despierta en la mañana hablando de problemas políticos e incluyendo alguna grosería en su vocabulario, hasta aquella divertida canción urbana con contenido explícito; el presentador de televisión con cierta expresiones y preferencias sexuales, y aquel cantante polémico adicto a las drogas que salió ayer en el noticiero, todos tienen un espacio sin censuras.

Y ni hablar de las redes sociales, las maravillosas plataformas llenas de morbo y repletas de chismes entretenidos, donde las visualizaciones son para nuestros estimados productores de pornografía musical y para los youtubers que nos hablan de la vanidad que nos gusta oír. Nuestra educación es el amor al dinero, nuestro producto de primera necesidad es el wi-fi, y sin duda alguna, lo que nos produce diversión y placer es lo que se convierte en viral. Sencillamente aquí la vida se resume en afanes, apariencia, memes y trabajar para consumir o para presumir. Pero así somos y si aparece algún religioso que no le gusta nuestra forma de ser libres puede mudarse a otro lugar del mundo donde se sienta cómodo. Es que siempre aparecen algunas personas que no han entendido que los tiempos cambian, y que las ciudades evolucionan, que hay que salir de  la monotonía y darle riendas sueltas a esta vida que es corta.

En nuestra farándula siempre hay un tema de interés. Lo que todo el mundo comenta por los medios de comunicación es la visita de dos individuos muy elegantes a la casa de un ciudadano extranjero llamado Lot. Ese tal Lot es un viejo amargado que tiene creencias muy particulares, suele hablar de Dios y esas cosas, no está de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo, él y su familia no comparten ciertas cosas “comunes y normales” que hacemos, ha criado a sus hijos fuera de esa doctrina. Este extranjero dice que esos hombres son ángeles y que los dejó hospedar en su casa, -ideas extrañas que se le ocurre a alguien creyente-. Pero lo que ha generado controversia es que un grupo de personas de la comunidad homosexual se dejó llevar un poco de las emociones al ver a aquellos musculosos jóvenes y le pidieron a Lot que les permitiera saludarlos, -es normal que la gente de aquí sea muy cordial con los que vienen de otros países-. El viejo se negó, al parecer las intenciones de la comunidad era otra, querían expresarles amor, -ya saben, a nuestra manera-.

A pocas horas del acontecimiento, circulan varias fotos y videos por las redes sociales de cómo la multitud quería entrar a la casa de Lot y este ciudadano malagradecido, sin tomar en cuenta los beneficios que le hemos brindado en el tiempo que ha residido aquí, se mantiene renuente. Él afirma que todo se trata de un plan del cielo para destruir esta ciudad, que el fin del mundo se acerca, y todas esas cosas proféticas que los cristianos se inventan, pero ¿quién nos impide y nos frena el deseo que gozar la vida? Esta localidad es muy avanzada y moderna, que está en plenodesarrollo, nosotros nos divertimos de verdad, ningún viejo aburrido y homofóbico nos puede detener, y más ahora que queda tanto por vivir.

Por Moisés Mota Hernández