El sutil hábito de posponer.



Lo confieso, soy malo con los hábitos, me cuesta mucho crear una disciplina diaria. Yo también he dejado de hacer cosas que son importantes porque no me ha alcanzado el día, y entiendo que muchas veces no podemos percibir el significado de lo urgente y lo importante en nuestra agenda de vida, pero el Espíritu Santo me habló y permíteme reservarme el derecho de confesártelo en mis últimas lineas.

Pero hablemos ¿Qué es lo urgente? ¿Y qué significa lo importante? Lo urgente es lo pequeño, lo efímero, lo finito; eso que es pertinente resolver ahora por necesidad o por compromiso, pero que no le suma a nuestro propósito de vida. Lo urgente es esa estresante responsabilidad laboral que tienes que cumplir para pagar la deuda o para cubrir tus necesidades económicas, lo urgente es ese tiempo que sacas para estudiar antes del examen. Y ni hablar de esas horas extras de trabajo en las noches para enviar los reportes de la empresa o para preparar un buen proyecto de tesis. Lo urgente es lo inmediato, aquello que es lo suficientemente puntual como para ocupar uno de los primeros puestos en nuestro itinerario, los afanes diarios que al final de mes sólo se traducen en dinero. Sin embargo, lo importante es todo lo que coopera con tu misión en este planeta, con tus grandes sueños, y mejor aún, los sueños de Dios para ti. Lo importante no siempre nos da resultados ni beneficios inmediatos y eso es lo que nos mortifica, pero sembrar en ese terreno es apostar a la plenitud de vida.

Entre las numerosas conversaciones de la biblia recuerdo una que constantemente hace eco en mi alma. Un dichoso personaje que Jesús llamó personalmente, y conociendo un poquito al maestro, su grandeza, su mensaje, sus milagros y hasta su fama, es un privilegio que Él se acerque y nos invite a participar con él. ¿Te imaginas que el Mesías te diga "sígueme"? Si eres el fan número uno de su ministerio sería grandioso, y si eres un amante de su presencia sería increíble, yo no hubiese podido dormido pensando en eso. Pero aquel hombre, desconociendo la relación de lo urgente y lo importante, respondió: "Déjame que entierre a mi padre". Y no era que el padre estaba falleciendo o que padecía alguna enfermedad terminal, era que el necesitaba esperar su muerte para cobrar la herencia. Pero Jesús le contestó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos".

¡Qué egoísta es Jesús que quiere mi vida y mi agenda de una vez sin darme plazo para organizarme! ¡Qué ambicioso! ¿Él no sabe que tengo familia o que tengo un puesto importante en esa empresa al que tengo que dedicar mucho tiempo? ¿Él no puede esperar que me estabilice económicamente? Sin embargo, al Salvador del mundo le interesa saber qué tanto estás dispuesto a sacrificar por él, si dejarías que él interrumpa tu agenda y la organice a su manera.

Me he dado cuenta de que la mayoría del tiempo pretendemos que las cosas estén correctas para darle participación a Dios. Te vendes la idea de que necesitas terminar eso para poder dedicarte a lo que tu Señor te exige, no sabiendo que estamos ahogados en lo urgente, posponiendo sutilmente lo importante.

Yo soy ese hombre también, porque admiro a Jesús, hablo de él y soy su fan, pero lo pienso dos veces cuando él se me acerca y me dice te necesito. Yo también le tengo miedo a los sígueme del maestro, porque sé que como él no tendré donde recostar mi cabeza, sé que el ministerio es un sacrificio, pero si cumplo con ese sueño seré más que feliz. Y no es que el Señor no quiere que cumplamos con lo urgente, es que hoy en día los afanes están escritos en las primeras páginas de la agenda diaria y Dios está en el pie de la hoja. Lo ideal sería que él sea parte de todo lo que hacemos.

Recuerdo su voz una de esas noches de oración, me dijo: ¿Hasta cuando vas a estar posponiéndome? No supe que responder, sólo sé que debo luchar para crear un nuevo hábito y es poner a Dios en primer lugar y dejar que los muertos entierren a sus muertos.

Por Moisés Mota Hernández

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